Desde Madrid: "Madre Tierra", una crónica futura sobre el despertar de la humanidad, por Carlos Montuega

Desde Madrid: "Madre Tierra", una  crónica futura sobre el despertar de la humanidad, por Carlos Montuenga. Madrid.

Aquella crisis sin precedentes trajo profundos cambios que marcaron una nueva dirección al devenir de la humanidad. Aunque la información examinada no permite asegurarlo, es probable que por entonces se hiciera habitual, sobre todo entre ciertas minorías que se dedicaban al estudio de la naturaleza, el uso del término antropoceno para referirse a su propio presente histórico, entendido como

culminación de un período nunca antes conocido, una era en la que los humanos habían comenzado, por vez primera desde la aparición de su especie, a influir en el clima como consecuencia de una intensa actividad tecnológica. No ignoramos que la alternancia de períodos fríos y cálidos –eras glaciares seguidas de fases interglaciares– es un fenómeno característico de ese planeta, pero todo indica que en los años previos a la crisis se produjeron alteraciones no relacionadas con ninguna causa natural conocida; así, multitud de fenómenos extremos –sequías, olas de frío y calor intensos, huracanes, inundaciones– dejaron de ser acontecimientos aislados para convertirse en algo cada vez más frecuente. Debido al aumento incesante de la temperatura media y a las altas tasas de contaminación, las poblaciones de numerosas especies tanto terrestres como acuáticas se redujeron hasta llegar al borde de la extinción. Enormes extensiones de hielo se fundieron en los glaciares, provocando con el tiempo la elevación del nivel de los océanos; algunas de las ciudades más florecientes fueron invadidas por el mar y sus moradores se vieron forzados a desplazarse hacia las tierras altas del interior.

No resulta difícil imaginar que los humanos hubieron de rendirse al fin a lo evidente: su manera de entender la vida y el progreso, su peculiar creencia en un supuesto derecho a disponer sin medida de todos los recursos naturales a su alcance, les estaba arrastrando a un desastre de proporciones gigantescas. Aun así debieron transcurrir todavía muchos años antes de que lograran afrontar sin reservas el espectro de su propia aniquilación y hacer efectivo un plan coordinado de actuaciones a gran escala para detener el continuo calentamiento que sufría el planeta. Esa demora podría parecernos inexplicable si no fuera porque lo que sabemos de ellos nos permite desvelar algunas cuestiones de especial relevancia: en aquella sociedad, una sociedad que había conseguido grandes logros tecnológicos en un breve lapso y se complacía en proclamar el derecho de todos sus miembros a vivir en condiciones de igualdad y libertad, existían al parecer diferencias abismales; baste decir que más o menos la mitad de la riqueza estaba en manos de una reducida élite dominante; la otra mitad se repartía de forma muy desigual entre áreas con distintos niveles de desarrollo, resultando que en algunas, la gran mayoría de la población ni siquiera tenía asegurado lo imprescindible para su subsistencia. Existen además indicios suficientes para suponer que las comunidades de las áreas más favorecidas del planeta sufrían algo parecido a una neurosis colectiva que las impulsaba a la adquisición contínua e irracional de los más diversos productos manufacturados; enseguida los desechaban y habían de sustituir por otros nuevos, prosiguiendo así un ciclo interminable de derroche y generación desmesurada de residuos. Al parecer, aquellos seres vivían dominados por un afán irreprimible de consumir sin medida y, para agravar aún más las cosas, sus sorprendentes pautas de comportamiento constituían, según creemos, un factor clave en que se sustentaba la compleja maquinaria social de la que todos dependían.


Pero una crisis de tal magnitud, que bien habría podido suponer el fin irremediable de la especie, contenía también semillas de renovación. Acuciados por el puro instinto de supervivencia, los humanos aunaron esfuerzos, aceptaron sacrificios, resolvieron diferencias casi insalvables, transformaron tecnologías, y tras innumerables pruebas y fracasos consiguieron lo que parecía exceder su capacidad: al lograr limitar de forma drástica la masa ingente de gases que sus ingenios mecánicos lanzaban continuamente a la atmósfera, se redujo poco a poco el aumento de la temperatura y empezaron a bajar los niveles de contaminación de la Tierra.

La mejora relativa en las condiciones climáticas permitió revertir la degradación de amplias áreas de cultivo aumentando el rendimiento de la producción agrícola y, gracias al desarrollo de la bioingeniería, millones de hectáreas de fondo marino pudieron dedicarse al cultivo masivo de algas. Pero nada parecía suficiente, los recursos del planeta no bastaban para hacer frente a las demandas de una población mundial que superaba ya los diez mil millones de individuos. 

Las inevitables restricciones impuestas al empleo de combustibles fósiles y la urgencia de encontrar fuentes alternativas de energía no contaminante, allanaron el camino a nuevos esfuerzos de innovación, sobre todo en lo relativo a una idea que había obsesionado a los humanos desde que dos siglos atrás empezaron a desvelar la estructura atómica de la materia: ¿por qué no intentar reproducir en la Tierra la reacción de fusión nuclear del hidrógeno que se produce en el sol?, ¿en qué forma podría controlarse un poder tal, capaz de generar la inmensa energía emitida por las estrellas desde el nacimiento del universo? Lo conseguido ya tras décadas de experimentación invitaba a pensar que aquello podía no tratarse de una simple quimera; distintos grupos de trabajo habían realizado multitud de experimentos en pequeños reactores con forma similar a la de un anillo hueco, en cuyo interior era posible generar campos magnéticos de alta intensidad; al activar el sistema se lograban alcanzar, aunque solo muy brevemente, temperaturas superiores a un millón de grados que provocaban la fusión nuclear del hidrógeno, convertido durante el proceso en una corriente de gas ionizado que giraba dentro del anillo. Claro es que cualquier material conocido en el planeta se habría fundido al instante en condiciones tan extremas, pero gracias al efecto del campo magnético parecía posible hacer levitar esa corriente en la zona central del anillo, manteniéndola así alejada de sus paredes externas.


La fusión nuclear a gran escala era todavía una posibilidad lejana, pero de llegar a convertirse en realidad podría ser la respuesta definitiva a las necesidades energéticas de la humanidad, pues el hidrógeno es tan inagotable como el agua contenida en los mares de la Tierra y los residuos que produce su fusión tienen muy baja radiactividad. Sin embargo, el desafío que suponía dar el salto a la producción industrial era inmenso y muchas voces se alzaban en contra de seguir dedicando esfuerzo y recursos a una idea sin duda fascinante, pero cuya utilidad práctica no había podido confirmarse y tal vez nunca pasaría de ser una curiosidad de laboratorio.  

Sea como fuere, los estudios sobre fusión nuclear jamás se abandonaron y aunque su desarrollo estuvo jalonado por infinidad de dificultades y fracasos, tenemos constancia de que en el transcurso del siguiente siglo entraron en funcionamiento los primeros reactores capaces de producir energía de forma continua y viable a partir del hidrógeno. Poco a poco, aquellas fábricas de estrellas se diseminaron por el planeta como templos de un culto nuevo, poniendo en manos de sus creadores un poder que aun siendo ilimitado no suponía una amenaza para el equilibrio natural. 

Bien sabemos que la fusión nuclear controlada ha jugado en no pocos casos un papel decisivo en el florecimiento de las innumerables civilizaciones tecnológicas que pueblan la galaxia, pero en lo relativo a la especie humana solo podemos por el momento hacer conjeturas; no puede ignorarse que tras conquistar esa fuerza primigenia y lograr conjurar la amenaza del cambio climático, sus conflictos prosiguieron aún durante largo tiempo, pero nunca han abandonado el sueño de hacer realidad esa anhelada asociación planetaria, basada en la fraternidad y el entendimiento, que ninguna doctrina ni revolución de los siglos pasados logró instaurar en la Tierra. 


Aun siendo incuestionables, los hechos no dejan a veces de plantear enigmas de difícil solución. Sospechamos que si la humanidad logra al fin alcanzar un equilibrio duradero, sus avances tecnológicos nunca bastarán para explicarlo. Hace mucho tiempo que los observamos, sabemos de sus profundas contradicciones y su genio creativo, de su fragilidad y su audacia. Pero tal vez nuestra mirada no alcance las capas más profundas de su conciencia. Aunque en el momento actual parecen haber entrado en un período de concordia y unidad, nadie puede asegurar que no se trate sino de un paréntesis, el preludio de nuevas crisis y conflictos. Sus logros, no solo en física sino también en cosmología, biología y otras muchas áreas, son sin duda admirables. Tras crear en Marte asentamientos permanentes, que fueron el origen de verdaderas ciudades donde se establecieron miles y miles de colonos llegados de la Tierra, alcanzaron los planetas exteriores de su sistema solar, descubriendo al fin la existencia de vida extraterrestre bajo la superficie helada de un pequeño satélite de Júpiter al que ellos llaman Europa. Gracias al desarrollo de proteínas con funciones biológicas inexistentes en la naturaleza, han logrado eliminar la mayor parte de las enfermedades que antes padecían. Disponen, en fin, de unidades inteligentes con apariencia humana que son capaces de realizar las tareas más complejas con absoluta precisión y pueden mantenerse operativas durante siglos o quizá milenios… pero ellos mismos, sus creadores, siguen siendo mortales y lo insólito es que se comportan como si la muerte, esa sombra que siempre les ha perseguido, hubiera dejado de inquietarles; no piensan ya en llegar a vencerla, ni tampoco la veneran como tránsito hacia un hipotético más allá libre de oscuridad y sufrimiento. Cuando alguien fallece, las ceremonias de despedida transcurren de ordinario en un clima de absoluta naturalidad y sosiego, como si el final de la existencia individual no fuera para ellos más difícil de asumir que el flujo de las mareas o la sucesión de las estaciones.  

Acaso esta especie singular que se extendió por el planeta tras la última glaciación y ahora dirige su mirada a las estrellas, se encuentra en el umbral de algo nuevo que todavía no es capaz de nombrar. La evolución de las formas vivientes progresa a veces por senderos insospechados, quién sabe si llegada a este punto de su larga odisea, la mente humana no estará ya cerca de alcanzar un estado superior en el que perciba con claridad la unidad de todo lo existente, la belleza indescriptible de una realidad universal en la que vida y muerte son expresión de un único impulso creador, y donde la noción misma de límite o frontera queda vacía de todo significado. 

Si así fuera, revelarían todo su sentido las palabras de uno de los más ilustres representantes de la humanidad, un sabio de nombre Schrödinger que vivió antes de la gran crisis climática:

"Podemos pues tumbarnos sobre el suelo, estirarnos sobre la Madre Tierra con la absoluta certeza de ser una sola y misma cosa con ella y ella con nosotros. Nuestros cimientos son tan firmes e inconmovibles como los suyos; de hecho, mil veces más firmes e inconmovibles. Tan cierto como que mañana seré engullido por ella, con igual seguridad volverá a darme a luz un día para enfrentarme a nuevos desafíos y afanes…"



Carlos Montuenga (Madrid, España, 1947) es doctor en ciencias por la Universidad complutense de Madrid y colaborador habitual de los espacios literarios Almiar (revista Margen Cero, España) y Letralia (Venezuela). Ha publicado también diversos trabajos en otras revistas digitales como El Fantasma de la Glorieta y en espacios dedicados a la difusión de las humanidades y la filosofía como A Parte Rey y La Caverna de Platón. Es autor de los libros: Los Confines del Mundo y otros Relatos (2013) y Cuentos de la otra orilla (2017). Autor participante en los libros: Inventarium (2014), Martínez en Tertulia (2014), La tertulia por excelencia (2019) y Archipiélago 988 (2022). Correo electrónico: cmrbarreira@hotmail.com


📚 Lee otro relato de este autor (en Herederos del Kaos): Veintitrés de diciembre.


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